Vídeo: http://youtu.be/8aiq8jzFKPM
Ustedes están viviendo en el año en que yo nací. Yo tengo ahora cien años, y les escribo desde el año 2101. Estoy haciendo uso de los últimos resabios de la física avanzada que los científicos desarrollaron durante vuestra era, intentando enviarles este mensaje electrónico al pasado para que ingrese a sus redes informáticas actuales. Espero que lo reciban, que les proporcione motivos para detenerse a reflexionar sobre su mundo actual, y que puedan adoptar algunas medidas a tiempo tomándolo en cuenta.
De mí mismo sólo contaré lo que es necesario contar: Soy un sobreviviente. He tenido una suerte extraordinaria en multitud de ocasiones y de muchas maneras, y considero que es una especie de milagro que pueda estar hoy aquí redactando este mensaje. He pasado gran parte de mi vida intentando ser historiador, pero las circunstancias me han obligado a aprender y practicar los oficios de agricultor, forrajero, guerrillero, ingeniero, y ahora físico. Mi vida ha sido larga y azarosa… Pero no estoy haciendo este esfuerzo para contarles de mí. Es sobre los acontecimientos que he presenciado durante este siglo lo que me siento obligado a contarles de esta forma tan atípica.
Están ustedes viviendo el final de una era. Quizá no lo entiendan. Espero que cuando hayan terminado de leer esta carta lo puedan comprender.
Quiero contarles algo que es importante que conozcan, aunque es posible que les parezca que esta información es difícil de digerir. Les ruego que tengan paciencia conmigo. Soy un hombre viejo, y no me queda tiempo para tonterías. Si lo que les cuento les resulta increíble, considérenlo entonces como ciencia ficción. Pero por favor: Presten atención. El antiguo aparato informático que estoy usando es un cacharro bastante inestable y no hay mucha seguridad de que este mensaje consiga llegar a destino. Por favor: pasen esta información a los demás. Probablemente sea el único mensaje de este tipo que reciban en sus vidas.
Como no sé cuánta información podré transmitirles empezaré con los temas más importantes, los que sean de mayor utilidad para que puedan entender hacia dónde se dirige vuestro mundo. La energía ha sido el principio organizador (¿o debería mejor decir desorganizador?) de los siglos diecinueve y veinte. La gente descubrió nuevas fuentes de energía –carbón, y más tarde petróleo– en el siglo diecinueve, y luego inventó todo tipo de nuevas tecnologías para usar esa energía recién descubierta. El transporte, la manufactura, la agricultura, la iluminación, la calefacción, todo eso sufrió una revolución, y los resultados calaron muy profundo en la civilización. La vida se volvió absolutamente dependiente de nuevos dispositivos; de los alimentos traídos de lejos y fertilizados con productos químicos; de medicamentos elaborados mediante síntesis químicas y a partir de procesos industriales dependientes de combustibles fósiles; de la misma idea del crecimiento perpetuo (después de todo, siempre era posible producir más energía para el transporte y las manufacturas ¿no?). Pues bien, si los siglos diecinueve y veinte representaron la parte ascendente de esa curva de crecimiento, este siglo pasado ha sido la parte descendente, la caída en picada. Debería haber resultado perfectamente obvio para todo el mundo que las fuentes de energía con las que contaban eran agotables. Sin embargo, de algún modo ustedes nunca quisieron darse cuenta de esta obviedad. Supongo que es porque la gente tiende a acostumbrarse a un determinado estilo de vida, y a partir de ese momento ya no le presta demasiada consideración. Creyeron que “las cosas siempre han sido así y lo seguirán siendo”.
Lo mismo pasa hoy también. La gente joven ahora nunca ha conocido algo realmente diferente; nuestro estilo de vida les parece de lo más natural, ellos se la pasan escarbando entre los restos de la civilización industrial en busca de cualquier cosa que pueda tener una utilidad inmediata, como si fuera esta la forma en la que la gente vivió siempre, como si esta hubiera sido la forma a la que aspirábamos a vivir. Es por eso por lo que siempre quise estudiar historia, de modo que pudiera obtener alguna perspectiva de las sociedades humanas y cómo cambian con el tiempo. Pero me estoy yendo por las ramas. ¿Dónde me había quedado?
Sí, la crisis de la energía. Bueno, todo comenzó más o menos en la época en que yo nací. La gente entonces pensaba que las inestabilidades serían pasajeras, que se trataba tan sólo de un problema técnico o político, que pronto todo volvería a la normalidad. No se detenían a pensar que “lo normal”, en un sentido histórico amplio, suponía vivir sólo de la energía solar entrante al planeta y del crecimiento vegetativo de la biosfera. Perversamente, pensaban que “lo normal” era poder utilizar alegremente la energía fósil acumulada en el planeta como si no existiera el mañana. Y esa fue la manera en que dejó de existir el mañana. Fue la clásica profecía autocumplida.
Al principio mucha gente pensó que la creciente escasez podría ser resuelta con “tecnología”. Lo cual, retrospectivamente, resulta bastante absurdo. Después de todo, aquellos modernos artefactos habían sido inventados para consumir una abundancia temporal de energía. No producían energía. Sí, claro, estaban los reactores nucleares (¡Carajo, desactivar luego esas calamidades resultó una pesadilla!), pero costaban tanta energía para construir y de desmantelar, que la energía que producían durante su vida útil apenas se recuperaba, hablando en términos energéticos.
Lo mismo sucedía con los paneles fotovoltaicos; parece que nadie se puso nunca a calcular cuánta energía se necesitaba realmente para fabricarlos, empezando por las microplaquetas de silicio que se producían como alternativa secundaria de la industria informática, e incluyendo la construcción de las propias fábricas. Resultó que la fabricación de esos paneles consumía casi tanta energía como la que producían los propios paneles luego durante su vida útil. Sin embargo se construyeron unos cuantos, y ojalá se hubieran construido más! Algunos de ellos todavía funcionan, por ejemplo, son los que ahora mismo están alimentando el aparato que me permite enviarles esta señal desde el futuro.
La energía solar fue una buena idea; el principal motivo de su fracaso simplemente fue que era incapaz de satisfacer la voracidad energética de los hábitos de la gente. Al agotarse los combustibles fósiles, ninguna tecnología podría haber mantenido los estilos de vida a los que la gente se había acostumbrado. Sin embargo, tardaron bastante en darse cuenta. Su patética fe en la tecnología resultó tener connotaciones religiosas, como si sus cacharros electrónicos fueran objetos sagrados que los conectaban con un dios invisible pero omnipotente, capaz de vencer a las leyes de la termodinámica.
Naturalmente algunos de los primeros efectos de la disminución de la energía tomaron la apariencia de recesiones económicas, seguidas de depresiones sin fin. Pero los economistas se manejaban siempre sobre la base de su propia religión: Una fe absoluta e inconmovible en el Dios-Mercado. Pensaban que si el petróleo empezaba a escasear el precio subiría, ofreciendo así incentivos para la investigación de energías alternativas. Pero los economistas nunca se tomaron la molestia de reflexionar a fondo. Si lo hubieran hecho, se habrían dado cuenta de que la reconversión total de la infraestructura energética de una sociedad necesitaba décadas, mientras que las señales emitidas por los aumentos de precios debido a la disminución de la energía, surgían tan sólo unas semanas o meses antes de hacerse evidente la necesidad del cambio. Más aún, antes deberían haberse dado cuenta de que para los recursos energéticos de base no existían reemplazos…!!
Los economistas sólo sabían pensar en términos de dinero: Las necesidades básicas como el agua y la energía sólo aparecían en sus cálculos en términos de su coste en dinero, lo que les hacía suponer que eran funcionalmente intercambiables por cualquier otra mercadería a la que se pudiera poner un precio: Naranjas, aviones, diamantes, entradas para ver fútbol, cualquier cosa. No obstante, si se analiza a fondo, se ve que los recursos básicos en absoluto eran intercambiables con otros: Una vez que se acababa el agua, no podías beber las entradas para el fútbol, por muy importante que fuera tu equipo.. Tampoco podías comerte las monedas si nadie tenía alimentos para vender. Y así, a partir de un determinado momento, la gente empezó a perder la fe en el dinero. Y a medida que lo iban haciendo, se daban cuenta de que la fe era el único factor que hacía que el dinero tuviera valor. Las monedas fueron colapsando, primero en un país, luego en otro, y así empezó a haber cada vez más inflación, deflación, trueques, pillaje y saqueos a escalas inimaginables, a medida que iban acabándose las mercaderías básicas.
En la era en que yo nací, algunos comentaristas solían comparar la economía global con un casino. Unas pocas personas obteniendo billones de dólares, euros y yenes a través del comercio de monedas, bonos, compañías y operaciones a futuro. Ninguna de estas personas hacía realmente nada útil; simplemente realizaban sus apuestas y en numerosas ocasiones obtenían ganancias colosales. Si seguías la cadena, podías ver que todo el dinero salía de los bolsillos de la gente común, pero esa es otra historia. De todos modos: En última instancia toda esa actividad económica dependía de la energía, del transporte y las comunicaciones a escala global, y de la fe en las monedas. Pero a principios del siglo veintiuno el casino colapsó. Gradualmente empezó a funcionar un nuevo paradigma. Del casino global pasamos a los mercados de pulgas locales.
Año tras año con cada vez menos energía disponible, y con monedas inestables dificultando las transacciones, la fabricación y el transporte redujeron su escala. Daba igual lo poco que Nike pagaba a sus obreros en Indonesia, porque una vez que el transporte marítimo alcanzó niveles prohibitivos, los beneficios de la globalización y de sus operaciones a distancia se desvanecieron. Pero ya era tarde, y Nike no podía intentar reconstruir sus fábricas en los Estados Unidos, porque llevaban cerradas décadas. Lo mismo sucedió con todos los demás fabricantes de productos textiles, electrónicos, etc. Toda la infraestructura de fabricación local había sido destruida en aras de la globalización, para producir bienes más baratos y lograr beneficios empresariales mayores. Reconstruir aquella infraestructura demandaba una ingente inversión financiera y energética, justo cuando el dinero y la energía empezaban a escasear.
Los negocios se vaciaron. La gente no tenía empleo. ¿Cómo iban a sobrevivir? La única forma de hacerlo era reciclando todas las cosas usadas que habían sido fabricadas antes de la gran crisis de la energía. Al principio, después de los shocks iniciales, que vinieron en forma de sucesivas oleadas, las personas vendían sus cosas en subastas por internet, siempre que hubiera electricidad disponible, claro. Luego, cuando ya resultó evidente que los costos del transporte hacían problemático el aprovisionamiento de bienes a distancia, la gente empezó a comerciar en las calles para poder satisfacer sus necesidades básicas. La cruel ironía era que la mayoría de sus cosas más valiosas consistían en coches y artefactos electrónicos, para los que ya nadie tenía interés. ¡Eran inútiles! Cualquiera que tuviera herramientas manuales y supiera usarlas podía considerarse rico. Y así sigue siendo ahora.
La civilización industrial había producido demasiadas cosas inútiles durante su breve existencia. Durante los últimos cincuenta o sesenta años, la gente ha intentado recuperar piezas o partes de toda esa chatarra, en busca de algo que resultara tener una utilidad práctica. ¡Qué montones de basura más horribles! Con todos los respetos, siempre me ha costado entender por qué –e incluso cómo– ustedes pudieron malgastar billones de toneladas de valiosísimos recursos naturales, y convertirlos en montañas de basura maloliente, sin que apenas mediara un período de vida útil en el medio. ¿No podrían al menos haber fabricado objetos duraderos y bien diseñados? Debo decir que la calidad de las herramientas, muebles, casas, y todo lo que hemos heredado de Uds., y que estamos obligados a utilizar, dado que pocos de nosotros podemos permitirnos el lujo de reemplazarlos, es patéticamente insignificante.
Bueno, pido disculpas por estos últimos comentarios. No pretendo ser grosero. En realidad algunas de las herramientas manuales que han quedado son bastante buenas. Pero tienen que entenderme: el estilo industrial de vida al que ustedes se han acostumbrado, tendrá terroríficas consecuencias para sus hijos y sus nietos. Cuando yo era muy joven y tenía quizá cinco o seis años, vagamente recuerdo haber visto algunos viejos programas de televisión: La Familia Ingalls, Ozzie and Harriet, Lassie. En ellos se retrataba un mundo ingenuo, en el que los niños crecían en pequeñas comunidades rodeados de amigos y familiares. Los adultos, que eran amables y sabios, conseguían resolver con facilidad los problemas. Todo parecía estable y benigno.
Pero cuando yo nací, ese mundo, si es que alguna vez existió, ya había desaparecido hacía tiempo. En la época en que tuve edad suficiente para enterarme de lo que ocurría, la sociedad parecía que reventaba por sus costuras. Empezaron los apagones eléctricos, que al principio fueron de unas pocas horas. Luego llegó la escasez del gas natural. No sólo pasábamos frío la mayor parte del invierno, los apagones empeoraron dramáticamente, porque gran parte de la electricidad se producía a partir de gas natural. Y luego vino la escasez de petróleo y naftas. Llegado ese momento –creo que yo era un adolescente por entonces– la economía global ya estaba hecha pedazos y en lo político reinaba el caos.
Cuando yo estaba saliendo de la adolescencia empezó a desarrollarse una actitud fácil de reconocer entre la gente joven. Era un sentimiento como de gran rabia hacia cualquier persona mayor de una determinada edad, puede que los treinta o cuarenta años. Esos adultos habían consumido tantos recursos, y ahora ya no quedaba nada para sus propios hijos… Naturalmente, cuando los adultos habían sido jóvenes se limitaban a hacer lo mismo que hacía todo el mundo. Les parecía normal talar bosques centenarios para obtener pulpa con la que fabricar pesadas guías telefónicas, o consumir hasta el último litro de gasolina para sus derrochadores vehículos, o encender el aire acondicionado cuando tenían un poco de calor. Para los niños de mi generación todo eso no ocupa más que una nebulosa en la memoria. Lo que nosotros hemos conocido es otra cosa. Nosotros hemos vivido en la oscuridad, con carestía de alimentos y escasez de agua, con saqueos y piquetes en las calles, con multitudes de gente pidiendo limosna en las esquinas, con unos fenómenos meteorológicos imprevisibles, con contaminación y basura que ya no podían ser recogidos y ocultados a la vista. Para nosotros, los adultos de aquel entonces simbolizaban pues al enemigo.
En algunos lugares, la violencia entre generaciones se manifestaba en forma de resentimientos encubiertos. En otros hubo ataques físicos a gente mayor. En otros existieron purgas sistemáticas. Me avergüenzo al reconocer que, aunque nunca ataqué físicamente a gente mayor, sí participé cuando se les insultaba y avergonzaba públicamente. Esas pobres personas –algunos bastante jóvenes, visto desde mi edad actual– estaban tan confundidas y se sentían tan traicionadas como nosotros mismos. Ahora sí puedo ponerme en su lugar. Intenten hacer lo mismo: Traten de recordar la última vez que fueron a una tienda tras otra buscando comprar algo y no lo tenían (este pequeño ejercicio mental constituye realmente un desafío imaginativo para mí, pues hace décadas que yo no piso realmente una “tienda” que tenga mucho de nada, pero estoy intentando expresarlo en términos que ustedes puedan entender). ¿Se sintieron frustrados? ¿Se enfadaron pensando: “He recorrido un camino tan largo para tratar de conseguir esta cosa, y ahora tengo que cruzar toda la ciudad para seguir intentándolo”? Bueno, multipliquen esta frustración y esta rabia por cien, o por mil. La gente pasaba a diario por estos trances, para cualquier cosa básica que necesitaran consumir, cualquier servicio, cualquier necesidad burocrática a la que se hubieran acostumbrado. Más aún, esos adultos habían perdido la mayoría de sus pertenencias cuando colapsó la economía. Y ahora pandillas de jovencitos les robaban lo poco que les quedaba, golpeándoles con saña e insultándoles al hacerlo. Debió de ser una experiencia devastadora para ellos. Algo realmente insoportable… Ahora que yo mismo soy un anciano, me siento más tolerante hacia la gente. Los que quedamos estamos intentando sobrevivir, haciéndolo lo mejor que podemos.
Supongo que ustedes sentirán curiosidad acerca de lo que ha pasado durante este último siglo. La política, guerras, revoluciones, etc. Bueno, les cuento lo que sé, pero hay muchas cosas que desconozco. Durante los últimos sesenta años no hemos tenido nada parecido a una red global de comunicaciones, tal como existía antes. Hay amplias partes del mundo de las que no sabemos prácticamente nada. Pero les contaré lo que sé.
Como podrán imaginar, cuando la escasez de recursos energéticos golpeó a los Estados Unidos y la economía empezó a caer en picada (es curioso que aún use esta expresión: sólo los más viejos entre nosotros, como yo mismo, han visto descender en picada un avión), la gente empezó a enfadarse y a buscar un responsable a quien echar las culpas. Naturalmente, el gobierno no quiso ser el culpable, de modo que los bastardos que estaban en el poder (lo siento, sigo sin tener ninguna simpatía hacia ellos) hicieron lo que los líderes políticos siempre han hecho: inventaron un enemigo exterior. Enviaron barcos de guerra, bombarderos, misiles y tanques al otro lado del océano con propósitos de lo más siniestros. A su población le decían que era para proteger el “estilo de vida americano”. Bueno, no existía nada sobre la tierra que pudiera conseguirlo, porque ¡el “Estilo de Vida Americano” era pues el problema!
Los generales consiguieron matar algunos millones de personas. De hecho pueden haber sido decenas o cientos de millones; las noticias nunca fueron muy claras al respecto y siempre estaban manipuladas. Había protestas contra la guerra en las calles, y persecuciones de gente que protestaba contra la guerra. A algunos de ellos inclusive los detuvieron y los metieron en campos de concentración. Hacia el final, el gobierno se volvió totalmente fascista en sus métodos. Existían levantamientos locales que eran sofocados de manera brutal. Pero no sirvió de nada. Las guerras tan solo agotaron más rápido los escasos recursos que quedaban, y después de cinco años terribles, el gobierno central simplemente se fue a pique. Se le acabó la gasolina, por así decirlo.
Hablando de acontecimientos políticos, vale la pena mencionar que en los primeros años de escasez, las ideas políticas existentes tenían pocas alternativas útiles que ofrecer. La derecha se dedicaba por entero a proteger a los ricos de ser acusados de desviar todo el sufrimiento hacia la gente pobre, y a buscar chivos expiatorios extranjeros: árabes, gitanos, coreanos del norte, etc. Mientras, la izquierda estaba tan acostumbrada a combatir las mezquindades empresariales, que no era capaz de darse cuenta que los problemas a los que se enfrentaba ahora la sociedad, ya no podían ser resueltos mediante ninguna redistribución económica. Personalmente, y como historiador, tiendo a sentir más simpatía por la izquierda, porque pienso que la acumulación de riqueza que se estaba produciendo era lisa y llanamente obscena.
Ellos decían que gran parte de aquel infierno podría haberse evitado si toda esa riqueza se hubiera repartido entre todos desde un principio. Escuchando a algunos de los líderes de la izquierda se podía llegar a creer que, una vez que se le hubiera puesto freno a todas las corporaciones, una vez que se despojaran de sus privilegios a los plutócratas multimillonarios y socializado sus riquezas, luego por fin todo iba a estar bien. Pues no, igual no había manera de que todo fuera a andar bien, simplemente eso era imposible.
Entonces teníamos a estas dos facciones políticas combatiéndose a muerte, culpándose mutuamente, mientras todos a su alrededor se morían de hambre o se volvían locos. Lo que la gente realmente necesitaba era información básica y consejos de sentido común, alguien que les mostrara la dura realidad, que su estilo de vida se terminaba, y que les ofrecieran algunas estrategias de supervivencia colectiva inteligentes.
Mucho de lo que ha sucedido durante el siglo pasado es lo que cabía esperar según las previsiones de los científicos de la época: Se observaban cambios climáticos dramáticos, extinción de especies y terribles epidemias, tal como los ecologistas del final del siglo anterior habían advertido. No creo que eso sea motivo de orgullo para los descendientes de aquellos ecologistas. Simplemente advertir “yo se los dije” es un consuelo bastante lamentable. Los tigres y las ballenas han desaparecido, y probablemente decenas de miles de otras especies; pero nuestra actual falta de comunicaciones globales hace que sea difícil saber qué especies hoy ya no existen y dónde.
Para mí las aves cantoras son un recuerdo grato pero lejano. Supongo que mis colegas en China y en Africa tendrán largas listas similares. El cambio climático ha sido un problema real para el cultivo de alimentos, e incluso para sobrevivir. Nunca se puede saber de un año para otro, qué bandadas de insectos conocidos o desconocidos o plagas van a aparecer. Es mucho peor que un desastre, es una amenaza a la vida. Y éste es sólo uno de los factores que han llevado a la dramática reducción de la población humana en este último siglo.
Mucha gente se refiere a esto como “La Gran Extinción”. Otros lo llaman “La Gran Poda”, “La Purificación”, o “La Limpieza”. Algunos términos son más duros que otros, pero en realidad no hay formas amables de describir esos acontecimientos: guerras, epidemias y hambrunas masivas.
Los alimentos y el agua han sido factores clave en todo esto. El agua potable fresca y limpia ya lleva décadas siendo escasa. Una de las formas de hacer enojar mucho a la gente joven ahora, es contarles historias de cómo en los viejos tiempos las personas de las ciudades usaban millones de millones de litros de agua para regar jardines y parques. Cuando les describo cómo funcionaban los retretes simplemente no lo pueden creer. Algunos piensan que me lo invento. En estos días el agua es un asunto serio. Si desperdicias un litro de agua puede que muera alguna persona.
Hace ya muchas décadas que la gente empezó –por pura necesidad– a cultivar su propia comida. No todo el mundo tuvo éxito y hubo penurias. Una de las cosas más frustrantes era la falta de buenas semillas. Poca gente entendió a tiempo la importancia de preservar semillas de una temporada para la siguiente, de modo que los stocks de semillas existentes se agotaron muy rápido. También existía el gran problema de las modernas variedades híbridas: muy pocas de las hortalizas de invernadero plantadas producirían buenas semillas para el año siguiente. Las plantas de diseño genético eran incluso peores, causando todo tipo de problemas ecológicos cuyas consecuencias aún seguimos padeciendo, en especial la muerte de abejas y otros insectos beneficiosos. En la actualidad, las semillas de alimentos bien polinizados son para nosotros lo que era el oro para ustedes.
Cuando yo era más joven, a los 50 o 60 años, he viajado algunas veces a pie y a caballo elaborando informes del mundo exterior para mi comunidad. Por lo que he visto y oído, parece que alguna gente de diferentes lugares se las ha arreglado de maneras también diferentes, y con diversos grados de éxito. Irónicamente, eran los indígenas los más preparados, y quienes más fueron perseguidos por la civilización industrial. Aún conservaban gran cantidad de conocimientos de cómo vivir en el campo, en la simplicidad, asociados a la tierra. En algunos sitios, la gente está conviviendo en comunidades rurales improvisadas; otros están intentando sobrevivir en lo que queda de los grandes centros urbanos, rompiendo trabajosamente el hormigón que cubre los valles y cultivando lo que pueden, al tiempo que reciclan y comercian toda la vieja basura industrial que quedó atrás cuando la gente huyó de las ciudades alrededor de 2020. Como historiador, una de mis mayores frustraciones fue la rápida desaparición del conocimiento. Ustedes tenían la manía de meter la información más importante en medios de almacenamiento electrónico y papel tratado con químicos, pero con el tiempo se fueron inutilizando. La mayor parte de lo rescatado lo tenemos en fotografías, con imágenes que se van desvaneciendo, libros variados, y revistas semidestruidas.
Algunos de nuestros jóvenes miran los anuncios en esas viejas revistas y tratan de imaginar cómo habrá sido vivir en un mundo de aviones, electricidad y coches deportivos. ¡Aquello debió ser Utopía, El Paraíso Terrenal! exclaman… Otros no tenemos una visión tan optimista del pasado. Supongo que es parte de mi misión como historiador, recordarle a todo el mundo que las imágenes de los anuncios eran sólo una máscara de la historia; era “la otra cara” de la historia, que ocultaba la galopante explotación de la naturaleza y de la gente, la ceguera ante las consecuencias, lo que condujo a todos los horrores del siglo veintiuno.
Ustedes seguramente se preguntarán si les puedo contar alguna buena noticia, algo alentador o positivo acerca del futuro de su mundo. Bueno, como pasa con la mayoría de las cosas, depende de la perspectiva que adopten. Muchos de los supervivientes aprendieron valiosas lecciones. Aprendieron qué es lo importante en esta vida, y qué no. Aprendieron a cuidar el tesoro de un buen suelo, las semillas puras, el agua limpia, el aire sin contaminar, y los amigos con quienes poder contar. Aprendieron que es importante hacerse cargo de la propia vida, antes que esperar que se haga cargo el gobierno o las empresas. Ahora ya no existen “empleos”, de modo que el tiempo de la gente depende de cada uno. Ahora piensan más por sí mismos, y como consecuencia de ello, las viejas religiones han sido mayormente dejadas de lado, y la gente ha redescubierto la espiritualidad en la naturaleza y en sus comunidades locales. Los niños hoy están ansiosos por aprender y crear su propia cultura. Los traumas del colapso de la civilización industrial son cosas del pasado, eso ahora ya es historia. Se ha iniciado un nuevo día.
¿Pueden ustedes cambiar el futuro? Yo no lo sé. Hay todo tipo de contradicciones lógicas en esta pregunta. Yo mismo apenas alcanzo a comprender los principios de la física que me están permitiendo transmitirles este mensaje en el tiempo. Es posible que a partir de la lectura de esta carta ustedes puedan hacer algo que habría cambiado mi mundo. Es posible que puedan salvar un bosque o una especie, o conserven alguna vieja semilla como si fuera una reliquia, o que contribuyan a prepararse ustedes mismos y el resto de la población para el descenso energético que les espera. Mi dura vida podría haber sido diferente como resultado de ello. Entonces supongo que esta carta sería diferente si ustedes hubieran adoptado acciones diferentes. Habríamos establecido algún tipo de realimentación cósmica entre el pasado y el futuro. Resulta interesante pensar en ello.
Hablando de la física, quizá deba mencionar que he llegado a aceptar una visión de la historia basada en lo que he leído sobre la teoría del caos. Según dicha teoría, en los sistemas caóticos, pequeños cambios en las condiciones iniciales pueden llevar a grandes cambios en los resultados finales. Pues bien, la sociedad y la historia de la humanidad son sistemas caóticos. Si bien lo que la mayoría de la gente hace está determinado por circunstancias materiales, sigue habiendo un margen de maniobra, y lo que ustedes hagan ahora puede producir una diferencia significativa en la tendencia. Si miramos en retrospectiva, veremos que la supervivencia humana en el siglo veintiuno dependía de una multiplicidad de pequeños esfuerzos, aparentemente insignificantes, realizados por individuos y grupos marginales en el siglo veinte. El movimiento anti-nuclear, el movimiento ambientalista, el movimiento en contra de la biotecnología y la manipulación genética, los movimientos en favor de los alimentos y la agricultura orgánicos, los movimientos de apoyo a los pueblos indígenas, las pequeñas organizaciones dedicadas a preservar semillas, todos ellos han tenido un profundo y positivo impacto sobre los acontecimientos futuros.
Hablando en términos lógicos, supongo que si ustedes modificaban la red de causalidades que ha llevado a mi existencia actual, es posible que algunos hechos hubieran impedido mi presencia aquí ahora. En tal caso, esta carta constituiría la nota de suicidio más extraña de toda la historia..!! Pero este es un riesgo que yo estoy dispuesto a correr. Hagan lo que puedan, y mientras lo hacen, por favor, trátense con respeto y amabilidad. ¡Nada ni nadie seguirá siendo tal como ustedes lo conocen!
Por Richard Heinberg (Mensuario MuseLetter – Marzo de 2001)
Richard Heinberg es periodista, editor, escritor y profesor, miembro del New College de Santa Rosa, California, donde dicta cursos sobre los temas interrelacionados de energía, sociedad, cultura y ecología. Autor de los libros The Party’s Over: Oil, War and the Fate of Industrial Societies, Powerdown: Options and Actions for a Post-Carbon World, Peak Everything (2007), y Blackout (2009). Desde hace años es una de las personas más activas y reconocidas en el mundo, en la tarea de advertir sobre el gran cambio que estamos viviendo en nuestra civilización.
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